Aún estoy aquí, hace mucho que guardé el billete de ida, de vez en cuando lo miro. No deja de sorprenderme, (es auténtico, y de un valor infinito).
Un billete sin retorno no utilizado, es algo que pocas personas poseen, e incluso quienes tienen la gran suerte de haberlo obtenido, ni tan siquiera saben donde lo guardan.
Siempre lo llevo conmigo, he de confesar que en más de una ocasión, he sentido deseos de utilizarlo y desprenderme de este tesoro que quema en mis manos.
Lo miro y me devuelve imágenes dormidas, y la promesa de otras nuevas, son estas últimas las que me impiden gastarlo, ¿quién sabe?, me pregunto siempre, (aprendiz de vida), quizá mañana encuentre el mapa que hace tanto se perdió en mis sueños, en la luz opaca de los días.
Y mientras desespero en su busqueda, de vez en cuando, se filtra una pequeña rayita de luz a través de la oscura duda del vivir.
El pecho cobra vida como el nido salvaje de los gorriones, como el imparable amanecer, y la paz se suple por la impaciencia , el desespero, la agonía atrófica del reloj parado.
Guardo nuevamente el billete, -ya marcharé otro día-, y tiño mis canas de esperanza, aún quedan trayectos de ida y vuelta, puedo gastarlos todos, comprar más, (eterna optimista), ¿quién sabe? quizás en uno de esos cortos trayectos encuentre aunque solo sea, un trocito del mapa que perdí al nacer, un solo trocito, que me dé una pista sobre el camino a seguir.