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sábado, 26 de diciembre de 2015

Mañanas de domingo

Caramelos de rosa y sabor a domingo saliendo corriendo de la iglesia.

Nunca supe lo que decía aquel señor - El cura -. Yo acudía a misa por mandato divino,-el de mi madre-, y me aburría enormemente, sobre todo cuando tenía que confesarme, ¿que pecados podía tener un niño de once años?. La mayoría de las veces me los inventaba, algo tenia que decirle a aquel señor, que no hacía más que preguntar. ¿Y quien le preguntaba a él?. - Claro , que esto último, yo, no se lo preguntaba a nadie, porque intuía que la colleja sería instantánea. Que fea costumbre tenían los adultos de responder con collejas a aquellas preguntas para las que no tenían respuestas.

En realidad, yo iba a misa por las cinco pesetas que me daba mi madre, imagino que era la recompensa por estar pacientemente sentado en el banco de la iglesia, levantarme y arrodillarme sin saber por qué, simplemente porque aquel señor desde el púlpito lo mandaba. Lo mejor de todo , era cuando decía:

- Podéis ir en paz.

Entonces, intentando ocultar nuestra alegría, todos los amigos,- unos cinco o seis que nos sentábamos en las últimas filas - nos mirábamos, y a pasos cortos y nerviosos, salíamos disciplinados de la iglesia.

Una vez en la calle, la carrera hasta el kiosco de las golosinas, siempre invariablemente la bolsa de pipas y los caramelos de rosa. Después la llegada a casa y la cara de satisfacción de mi madre.

Si, aun recuerdo aquellas mañanas de domingos.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Ojeras

Esas dos viejas resecas del cuarto B tan hipócritas, siempre me miran de reojo y murmuran, - creo que no han conocido varón -.

Hoy ha hecho un bonito día soleado y con una ligera brisa, que ya no puede despeinarme aunque lo intente,- no queda pelo para alborotar -. Paseaba por la avenida mirando escaparates, todo por matar el tiempo, y discretamente me recreaba la vista con alguna que otra mujer, paré delante de una relojería- como me han gustado siempre los relojes -, al mirar mas detenidamente, vi mi propio reflejo, pelón, encorvado, arrugado...-se me quitaron las ganas de paseo-, di media vuelta y me encaminé a la panadería.

- Buenos días.
- Buenos días, - murmuraron a coro tres mujeres allí reunidas, y sus indiscretas miradas parecieron fulminarme-.
Enrique, el panadero me dirigió una sonrisa pícara detrás del mostrador, y tras despedir a las tres mujeres, que salieron a paso ligero del local, nos quedamos a solas.

-¿ Lo de siempre Ramón ?
- Si lo de siempre - contesté -
- Parece que no duerme bien últimamente ¿no? - dijo señalando mis ojeras -
- Bueno, a mi edad eso va a días, cóbrate, y le extendí los sesenta céntimos.
- Cuídese Ramón.
Y nuevamente esbozó esa sonrisa pícara de estar a la vuelta de todo.

Se me pasó el día con la rutina de siempre, y a las nueve de la noche llegó Pepe, mi hijo.

- ¿ Has cenado ?, te he traído un caldo, tienes que cuidarte mas papá, ya no eres un niño, si quieres puedo quedarme a dormir para hacerte compañía, mira que ojeras tienes, ¿ desde cuando no te haces una analítica ?.

Quiero a mi hijo mas que a mi mismo, pero esa actitud suya tan desmesuradamente paternalista me pone de los nervios, no entiendo a que viene tanta preocupación.

Después de marcharse Pepe, estuve leyendo un poco, a las once decidí atontarme un rato delante del televisor, sentado en mi fantástico sofá, de esos que tienen para reposar los pies, y allí con el mando en la mano, empecé a cambiar de canal, buscando algun programa decente, nada ni caso, un cotilleo tras otro.

Hasta que sin avisar, llegó ella, acarició mis parpados con sus labios, posó un beso suave y sugerente en los mios, y unos tiernos y excitantes mordisquitos en los lóbulos de las orejas. Hundí mi cara en el hueco que se forma entre su cuello y su hombro, inspirando su perfume, recorriendo sin prisa cada centímetro de su piel, enlazando nuestros cuerpos como antaño, liberando sus redondas formas de la ropa, formando un coro de gemidos que se extendían por toda la casa cada vez mas altos, casi como gritos totalmente descontrolados, y ese balanceo que parecía querer tirarme al suelo, como si estuviese sucumbiendo a las acometidas de un terremoto. Mi cuerpo emanaba agua, empapando el pijama, y repentinamente abrí los ojos, aún tenia el mando del televisor en la mano, los gemidos resonaban por todo el piso, bajé el volumen ensordecedor y miré la pantalla, entendí la procedencia de los gritos, y cambié de canal, - nunca me gustaron las películas porno -, después de lavarme los dientes y cambiarme hasta de calzoncillos, me quedé profundamente dormido.

Las ocho de la mañana, hoy también hace un día soleado.

- Buenos días.
- Buenos días.

Y otra vez la mirada desaprobadora de las viejas resecas, y en la panadería la risita contenida de Enrique, y esas cotillas mirando de reojo. Otro día mas, y mis ojeras cada vez mas profundas.


sábado, 12 de diciembre de 2015

Hojas de menta

Aquel año, mis padres y su espíritu nómada, decidieron nuevamente levantar el vuelo, yendo a parar a un barrio obrero de Almeda de Cornellá, no recuerdo la calle, pero si la casa de la señora Marta que como un náufrago en el océano, aguantaba impasible rodeada de bloques de pisos.

Yo, tenía seis años y vivía en un cuarto piso sin ascensor, mis piernas no se quejaban por los escalones, pero mi cuerpo si del confinamiento.
Lo que más me gustaba era bajar a la calle, pero no para jugar con otros niños, no, eso me resultaba aburrido. En realidad, lo más atrayente para mi, era el patio de nuestra vecina. Aún la recuerdo; no debía medir más de un metro y medio, y su cintura se había perdido hacia muchos años, igual que el color de su pelo, pero no así su sonrisa, yo, la miraba y sus ojos destilaban dulzura, siempre me recibía con cariño y a veces con algún caramelo, me gustaba oírla explicar historias y pasear con ella por su huerto, allí probé por primera vez la menta, hojas de menta que yo masticaba con auténtica fruición

En aquellos días fuimos a visitar a mis abuelos, ellos vivían a muchos kilómetros, y mientras estábamos allí, el río Llobregat se desbordó llevándose todo por delante, coches, los comestibles de las tiendas, , etc..., todo fue arrastrado por sus aguas ladronas, incluso la casa de la señora Marta.

Al regresar, encontramos un barrio lleno de tristeza, las paredes de las calles y edificios mostraban la marca de las aguas, y los vecinos que se habían quedado sin nada, reflejaban en sus caras la pena y la desolación.

Me acerqué corriendo a la casa doblemente naufraga,el huerto era de barro, sus puertas y ventanas inexistentes, y ya no encontré los cuentos ni las risas de la señora Marta. Entré calzada con mis botas de agua - en un descuido de mi madre - ya no había nada, el río se lo había llevado.

Agudicé mi oído, escuchando los lamentos de los vecinos, y entre pena y pena, me enteré de la tragedia. El agua llegó deprisa, sin aviso, sin piedad, la señora Marta estaba viendo la tele cuando el agua la inundó, el sillón donde estaba sentada, flotó dentro de su sala y ella sobre él, aguantó hasta la llegada de los bomberos, que la rescataron magullada pero de una pieza.

Nunca más la vi, se fue a vivir con un hijo.
Su casa fue derribada, y en su huerto no volvieron a crecer hojas de menta.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Luna llena

Llevaba todo el día enfurruñada sin razón aparente, sin saber el por qué.

Al caer el sol salimos a pasear, llegamos a un camino de tierra bordeado de juncos, era una noche agradable de luna llena, y yo seguía enfadada.

-¿Que te pasa, amor? estas extraña.
- No sé, no tengo ganas de nada, siento como un vacío en el estómago, estoy de los nervios y no consigo relajarme, volvamos a por el coche, no me siento cómoda aquí.
- Hemos estado todo el día de viaje, caminemos un poco, el aire de la noche te sentará bien.

Nos adentramos un poco más por el camino hasta llegar a un cruce, era una zona de sembrados, los juncos hacían presencia a ambos lados y parecían custodiar las cosechas, el aire era limpio, se escuchaba el canto de algún pájaro nocturno y el croar de las ranas, cerca había una riera, todo parecía estar iluminado por una gran bombilla, la luz de la luna era espectacular, y el ambiente era propicio para el amor.

Carlos era todo besos, y sus brazos me ligaban a su cuerpo, sentía el calor de su aliento en mi cuello,  y sus labios recorriendo cada centímetro de mi piel hasta llegar a mis hombros. Nos sentamos bajo un árbol, notaba su respiración cada vez más acelerada, casi podía oír los latidos de su corazón, mis sentidos parecían agudizarse por segundos, olía cada gota de sudor, e incluso la suave caída de las hojas de los árboles, estaba alerta sin conseguir desconectar de esa angustia injustificada.

Después, solo recuerdo como un vértigo, un sabor metálico en la boca, un dolor potente en todo el cuerpo, como si mis piernas y brazos se rompieran en mil pedazos, voces con sonidos desconocidos para mi, y finalmente una luz cegadora.

- Sofía, despierta, mírame nena, soy mamá cariño, abre los ojos.

- Baja la persiana, no aguanto el sol, bajala,- casi grité -,

Mi madre bajó la persiana, y esto me permitió mirarla, una sombra se ocultaba en su mirada, no era la primera vez que lo percibía, pero en esta ocasión, la vi más claramente que nunca.

- Mamá, ¿dónde estamos ?
- En un hospital mi vida, ¿ no recuerdas nada ?

Y otra vez esa sombra que parecía observarme tras de su retina.

- No, no recuerdo nada, oscuridad y este terrible sabor a metal en la boca.

Al día siguiente me dieron el alta médica, mis padres se ocuparon de todo el papeleo, y regresamos rápidamente a casa, papá, mamá y yo.

A Carlos, la policía lo buscó infructuosamente durante días, sólo encontraron algunos jirones de su ropa ensangrentados, - el caso sigue abierto -, yo fui a declarar, pero un certificado médico, exponía que debido al ataque brutal que sufrimos, padecía amnesia postraumática y ello me impedía recordar.- lo cual es cierto -.

Cuando intento pensar en esa noche, me veo como cayendo en un pozo hondo y oscuro, y ese sabor metálico...que por increíble que parezca, de vez en cuando, en noches de luna llena, se hace presente y no consigo desprenderme de él.


domingo, 29 de noviembre de 2015

Dulce abuelita

La dulce abuelita de los ojos entelados, fue en otro tiempo moza de carnes prietas, melena al viento, sonrisa franca y ojos llenos de esperanza.

Fue educada como tantas, esclava, sumisa, muda y paciente, muy paciente, prado fértil sembrado sin permiso, sin abonar de besos y caricias, a golpes de azada y regada de agua sucia.

Aún así sus frutos hermosos crecían, nutriendo el hambre con fantasías de mendrugos y dulces inventados, caramelos de azúcar quemada en el fogón de la cocina, mientras en la olla se guisaba el alimento del amo, este fuerte y rudo, tal como lo habían criado, poniendo a golpes de palos a cada cual en su sitio, aguantando con mano firme el cinturón, manos ásperas que no aprendieron nunca a acariciar, dientes para morder y dominar sin labios que supieran besar.

La triste y sufrida abuelita de los ojos entelados, busca escapar del hambre y del frío, de la apatía y la rutina. Da largos besos a la botella que guarda presurosa entre las lanas del colchón, se la acerca a los labios y deja que refresque su garganta y nuble su mente, así crea su mundo día a día, hasta que vuelva el amo, haciendo surco en su cuerpo, tomando a la fuerza lo que considera suyo, tal como le enseñaron.

La cansada abuelita, ha vestido con unos visillos sus ojos, para tapar lo que duele, lo que le agota, estos tapan el miedo y también lo poco hermoso de su vida.

Cuando voy a casa de mi abuelita, permanezco erguida como un palo mientras me acaricia, no ve con sus ojos, pero si con sus manos, con sus dedos y esto me provoca confusión y miedo.

La dulce abuelita de ojos entelados, perdió hace mucho a su amante secreto, del color del ámbar o del rubí intenso. Ya no tiene amo, ya no tiene miedo.

Su cuerpo fue río, ahora cauce seco, su vientre pradera, ahora ya desierto, su melena al viento no mas que unos copos que el aire se lleva.

Ojos vivarachos, ojos de pantera, tapados por telas para que no vea, y sabor amargo en los labios secos que fueron cerezas, pálida la piel marcada por surcos que labró la pena.

La dulce abuelita de ojos entelados, los cerró un dia, y cruzando sus manos se fue muy deprisa.




sábado, 21 de noviembre de 2015

Primavera del cincuenta y nueve

En la primavera del cincuenta y nueve, era tan pequeño e inocente que aún creía en las hadas, los duendes y las princesas de cuentos.

Mi princesa favorita tenía doce años mas que yo, mi hermana Inés, con su melena color miel salpicada con esos reflejos que parecían hilos de oro cuando el sol aterrizaba en ellos.

Ella era todo para mí, incluso más que mi propia madre, jugábamos, bailábamos y como yo aún era muy bajito, ponía mis pies encima de los suyos y  a un tiempo marcábamos los pasos de baile.

Aquella tarde mi madre, se empeñó en llevarme a casa de mis abuelos,- vivían dos calles más abajo -y me hizo quedarme allí. Una hora más tarde llegaron mis tíos con mis dos primos, merendamos y estuvimos jugando a la pelota, empezó a oscurecer, estaba cansado y quería ir a mi casa, pero mi abuela preparó la cena para todos, después nos pusieron a dormir en la habitación de las visitas, donde desde hacía tiempo habían instalado dos camas, una individual y otra de matrimonio.

A mí, no me gustaba quedarme a dormir allí, los colchones eran de lana y yo me hundía literalmente en ellos, quedándome aprisionado, lo cual me producía sensación de asfixia.

Pero no había réplica posible, mi madre y mi abuela habían dejado bien claro que esa noche la pasaría allí con mis primos.

Cuando la casa quedó en silencio y apagaron todas las luces, me deslicé de la cama como pude, pues el colchón ya se había amoldado a la forma de mi cuerpo y casi no me permitía moverme. Me vestí a oscuras para no despertar a mis primos que dormían en la cama de matrimonio, salí con los zapatos en la mano hasta el zaguán, me los puse y fui de puntillas hasta la puerta, con sumo cuidado la abrí y corrí hasta mi casa, entre fácilmente ya que no cerraban nunca con llave. Las luces estaban encendidas y en la cocina se oía movimiento.

Unos pasos rápidos se escucharon por la escalera, me escondí en el hueco que quedaba debajo. Era mi tía, al momento mi padre y mi tío salieron, hablaban en voz baja pero parecían nerviosos, entraron en la cocina, momento que yo aproveché para subir las escaleras colándome en mi habitación y metiéndome en mi cama.

De repente un grito desgarrador rompió el silencio, un escalofrío me recorrió el cuerpo y me tapé hasta la cabeza, escuché con atención, al momento otro grito, me castañeteaban los dientes de miedo, ¡ era mi hermana quien gritaba así ! ¿ qué le pasaba ?

A pesar del terror que me invadía salí corriendo apresuradamente hacia su habitación, en mi aturdimiento no repare que en el descansillo de la escalera estaban mi padre y mi tio, rapidamente me detuvieron y tras interrogarme levemente, me obligaron a meterme nuevamente en la cama.

Desde allí, llorando y sonándome los mocos con las mangas del pijama, podía oír la respiración agitada de mi hermana, sus gritos hacían temblar la casa y a mi a un tiempo.

Llegó el silencio, intenté calmarme, agucé el oído, pero con la charla de mis tíos y el ir y venir constante, no podía entender lo que decían, eso si, parecía que en la casa se había colado un gato, porque escuché clarito su maullido.

Pasó una hora aproximadamente, todo en silencio. Yo permanecía tapado y despierto.

Se abrió la puerta, mi madre entró, pensé que me reñiría por haberme escapado de casa de la abuela a media noche, en lugar de eso, me acarició la cabeza, me besó y me dijo con suma ternura:

Ven, cariño mío, has de ver algo.

Tomé su mano, la seguí hasta la habitación de mi hermana, la puerta estaba entreabierta, al traspasarla, mis tíos, mi padre y mi cuñado, tapaban por completo la visión de la cama de Ines.

Conforme mi madre y yo avanzábamos, ellos se fueron apartando, y entonces la ví, con cara de cansada, como si hubiera corrido una maratón y con un pequeño bulto en sus brazos.

Mi padre me aupó, y allí estaba, ¿ de dónde había salido ?, sonrosada y pelona, con una nariz pequeña como un guisante, y los ojitos cerrados.

Me acerqué más y se movió, mi hermana la destapó un poco y una mano diminuta emergió de entre la toquilla que la cubría, instintivamente la toqué con un dedo y aquella especie de muñeca de carne y hueso, se aferró a él.

Se me quitó el miedo de repente, no podía parar de reír, mi hermana, mi princesa, acababa de ser mamá y yo con solo ocho años, me convertí en tío.

Aún recuerdo con emoción como la noche más terrorífica se convirtió en una de las más felices de mi vida.


sábado, 14 de noviembre de 2015

Palabras no dichas

Lo sabía desde hacía mucho, en algún momento debería confesarle mis sentimientos, tenía la certeza de que los entendería a pesar de la sorpresa inicial.

Sentía por ella un amor asexual, surgido de la admiración, del cariño y la paz que transmitía.

Brotó en mi vida sin pedir permiso, y enraizó poco a poco en todo mi ser, un sentimiento tan hondo que ansiaba mirarse en el cielo de sus ojos, ella era paz, sabiduría, reflexión, madurez, -todo de lo que yo carecía-.

Tras muchos años de compartir en la distancia, y otras menos en la cercanía, y tras múltiples respuestas a otras tantas preguntas, se dio la ocasión.

Era verano, los días más largos, la espera cada vez más corta y esas ganas de abrazarlo todo.

Llegó el día acordado y el teléfono mudo, pasaron los días, la espera inquietante y tensa.

Entonces... la duda, la búsqueda y la respuesta:

- Se fue hace unos días, así, en silencio, discreta como era.

Tras esto el vació, tus cartas con fechas antiguas, y la rabia por las palabras no dichas.

Aun veo tus ojos cuando miro al cielo, y pienso...

Lo hubiera entendido, si, lo hubiera entendido.




Palabra no dichas











Elegía Rosa Costa.

" In memoriam "


Desde hacía mucho tiempo lo sabia,
¿confesarle todos mis sentimientos?,
en algún momento debería.
Tenía certeza de que podría entenderlos,
que los sentimientos afines le podían.

Muy a pesar de la casual sorpresa inicial,
la admiración, cariño y la paz que transmitía
yo sentía por ella un amor surgido, asexual ;
nacido de su tibia calidez en mi vida.
Sin permiso enraizó poco a poco y en paz.

Causó en todo mi ser, un sentimiento tan hondo,
la admiración, el cariño y la paz que transmitía
ansiaba mirarme en el cielo luminoso de sus ojos,
ella era reflexión, todo lo que yo ansiaba: sabiduría.
De la que me dio un tiempo a miles los manojos.

Todo de lo que yo carecía a ella le sobraba.
Tras muchos años de compartir en la distancia
y otros menos, en la longitud me acercaba.
La cercanía, tras múltiples respuestas instancias
de otras tantas preguntas, la ocasión hablaba.

Era verano, los días mas largos, la espera menor,
mas corta, y con esas ganas de abrazarlo todo
llegó el día acordado y el teléfono mudo quedó,
pasaron dos días de espera inquietante sin tono,
tensa y la duda, la búsqueda...la respuesta llegó.

Se fue hace unos días, así en silencio, discreta;
tal como era. La rabia de las negadas palabras.
Detrás el vacío, sus cartas con fecha secreta
antiguas palabras pensadas y no dichas.
Me culpo por ello por no haber sido mas directa.

Aún veo sus ojos cuando miro al cielo y la veo
la pienso y admiro el cariño que me transmitía
era mi maestra. La libertad la paz y el sosiego.

Lo hubiera entendido, si , ella lo hubiera entendido.



Jaime Alfambra
Derechos reservados.






viernes, 6 de noviembre de 2015

No juzgarás

Yo nací en una familia de clase alta y estudio en un colegio de monjas, los domingos por la tarde siempre vamos a tomar el té a casa de don Luis - el alcalde -  doña Leonor - su mujer - es la mas rica del pueblo.

Aquel verano en su casa reinaba cierto nerviosismo, Juan, - el hermano de don Luis -se había instalado con ellos para curarse de una enfermedad de la que nadie hablaba.-Yo escuché decir a nuestra sirvienta que era una enfermedad de malas mujeres -,¿ como podía ser eso si don Juan es un hombre?

A doña Leonor se le veía claramente que no le agradaba su presencia , pero lo aceptaba por caridad cristiana.

-Que bondadosa, una santa mujer esta doña Leonor, - decía mi madre -.

-Como todas las tardes de domingo doña Leonor, doña Engracia, doña Francisca, y mi madre jugaban a las cartas en una mesa al lado de una ventana que daba a la plaza, los hombres, don Luis, su hermano Juan, don Augusto, - el cura - don Serafín - el guardia civil - y mi padre, se sentaban cerca del balcón a jugar al dominó y a fumar. Yo como solo tenía diez años, me quedaba sentada en un sofá bordando y leyendo vidas de santos, siempre a una distancia prudencial de los adultos para no escuchar sus conversaciones,- eso creían ellos -.

-Que valiente doña Irene, fijaos que ha decidido ser madre sin casarse,- dijo doña Engracia-.

-Si,-respondió doña Leonor- es una chica muy moderna e instruida, ha estudiado en una academia de señoritas en Inglaterra y domina tres idiomas, Español, Ingles y Francés.

-Sobre todo Francés, -dijo don Juan, escapándosele una risita irónica-

- ¡ Por Dios ! - se santiguo Mosen Augusto -.

- Caballeros, centrémonos en la partida, - dijo de forma agria don Luis echando una mirada de desagrado a su hermano -.

Don Serafín, intentaba esconder su risita bajo un tupido bigote canoso.
- Capicua, - dijo liberando la risa contenida-, caballeros esta partida está ganada.

Yo noté como me miraban todos, pero me hice la distraída, no entendía por que hablar Francés provocaba esa reacción en los adultos, tampoco entendía por que doña Irene, - la hija del marqués - era valiente, moderna y muy respetada por su decisión de ser madre sin tener marido, y en cambio Rosario , - la hija del jardinero -, era una golfa y un putón - como la llamaban en el pueblo por querer hacer lo mismo. ¿ Que diferenciaba a una de otra ?

Dieron las siete y media, todos nos encaminamos hacia la iglesia para asistir a misa de ocho, al terminar felicitaron a don Augusto por el responso.

- Sabias palabras, si señor - le decían -.
No juzgarás, amarás a tu semejante, darás de comer al hambriento, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, etc..

De repente, doblando una esquina apareció Rosario con su madre, atravesando a buen paso la plaza, al pasar a nuestro lado, Remedios - la madre - dijo :

- Buenas tardes nos de Dios.

Y apartando la mirada y con la cabeza gacha, cogió del brazo a su hija y apretó mas el paso.

El grupo allí reunido no contestó a su saludo, y cuando yo fui a contestar, mi madre apretó fuerte mi mano obligándome a callar, la miré apreciando en su cara y en las de las demás mujeres una mueca de desaprobación y como de asco.

Y así con un montón de preguntas en mi cabeza, sin entender el sermón del cura, y sin probabilidad de que nadie me aclarase las diferencias entre la hija del marqués y la del jardinero, llegó la noche.
Y un domingo mas, me fui a dormir pensando , que los adultos, dicen y hacen cosas muy, pero que muy extrañas.
















sábado, 31 de octubre de 2015

Soplo de vida

En un mundo donde el aire es tan tóxico que hace enfermar a la gente, un poco de aire puro es algo muy valioso .
Por eso debían mantenerla en secreto, lejos de miradas indiscretas, a salvo . Ella se había convertido en lo mas importante del mundo, buena para  todos excepto para si misma, su don, su misterioso poder era un arma de doble filo, su vida podía ser como hasta ahora, pero si alguien influyente se enteraba de su existencia , estaba claro que pasaría a ser una cobaya humana y su vida se convertiría en un infierno . Ella estaba dispuesta a ayudar a toda la humanidad si era preciso, pero no a tan alto precio .

Le angustiaba la caríta de los bebes , roja a consecuencia de los esfuerzos que realizaban por llenar de aire sus pequeños pulmones y la mirada de sufrimiento de sus madres, que impotentes veían en muchas ocasiones como estos desfallecían en sus brazos, la gran mayoría no llegarían a cumplir el mes de vida, otros ni tan siquiera superaban la primera hora. La tasa de mortalidad era muy alta y las malformaciones y discapacidades a todos los niveles también, tanto que en todos los países se había instaurado una eutanasia selectiva, no podían permitir que en un mundo donde la fertilidad iba decreciendo a pasos agigantados los pocos que subsistiesen tuvieran tan grandes deformidades, por otra parte no contaban con suficientes recursos para atenderlos.

Irina, Robert y John, caminaban entre la gente que ocupaban los pasillos del metro, estaban acostumbrados a ver los ojos tristes y las frentes arrugadas por la preocupación, hacia ya mucho que todo el mundo se había olvidado de sonreír.

Maria Caminaba entre sus amigos, esforzándose a cada paso en mirar al suelo y no directamente a nadie a los ojos, le costaba mucho, pero sus amigos insistían una y otra vez qué era lo mejor, tenían que atravesar toda la ciudad y no disponían de coche propio, así pues se veían obligados a utilizar primero el metro y después el tren de cercanías, tenían prisa por llegar a casa de Anna, la mujer de Robert ,esta había tenido un bebe, una niña y en contra de todo pronóstico ya había cumplido su segundo mes.María hizo todo lo posible por acompañarla a lo largo de su embarazo, también durante el parto y sus primeros días de vida, pero después hubo de trasladarse a otra ciudad, algunos vecinos curiosos y otros envidiosos empezaban a cuchichear, se preguntaban cómo era posible que esa niña recién nacida tuviera la carita tan sonrosada y superase un día tras otro sin tener que acudir urgente al hospital para que le suministraran oxígeno, algo bastante habitual tanto en los lactantes como en los adultos.

Ahora Loida la hija de Anna y Robert necesitaba de la presencia de María, tenía una tos preocupante y llevaba unos días durmiendo más de la cuenta, los médicos ya habían hecho todo lo posible, es decir administrar algunos antibióticos y un poco de oxígeno, lo suficiente para devolver el color a su carita, ahora ya no podían hacer más y debían volver con Loida a casa, su vida dependía del poder de adaptación al medio ambiente, por eso era vital que María llegara cuanto antes.

Mientras los vagones se desplazaban de una estación a otra, personas de distintas razas entraban y salían, todas tenían esa cara de tristeza y ese color grisáceo en la piel. Algunos se giraban hacia una mujer que sentada miraba preocupada a su pequeña hija, una niña de unos tres meses, parecía normal, aunque de vez en cuando se veía como su pequeño pecho se agitaba como queriendo con ese esfuerzo coger más oxígeno del enrarecido ambiente, todos, hombres y mujeres al pasar por su lado le dedicaban una mirada, algunos con un esfuerzo intentaban esbozar una sonrisa como para dar ánimos a esa madre y desear salud a aquel pequeño ser.

El metro se paró en una estación ,los cuatro amigos se disponían a bajar y al pasar al lado de la mujer, al bebé se le cayó un patuco rosa justo a los pies de María , ella se agachó a recogerlo y al ir a entregárselo a la madre, vio la carita de la niña, sin pensárselo, le acarició la frente y disimuladamente soplo suavemente, al instante la niña abrió los ojos y aspiró profundamente, sus mejillas antes sin brillo, se tornaron rosadas, la madre, dedicó a María una mirada sorprendida e interrogante, agradecida se disponía a cogerle la mano , cuando John le tiró de un brazo y le dijo con premura,- va, date prisa hemos de bajar aquí, esta es nuestra parada- y sin esperar respuesta, la arrastró fuera del vagón .Las puertas se cerraron y al volver la cabeza, vieron como varias personas habían intentado salir tras ellos, pero afortunadamente el convoy ya estaba en movimiento.Las caras de los pasajeros pegados literalmente al cristal de las ventanillas lo decían todo, no apartaban sus ojos de María y hablaban entre ellos, todos habían sentido ese soplo de aire , ese rayo de vida les había inundado, sus caras y el brillo de sus ojos hablaban por si mismos, una esperanza nueva había nacido en aquel vagón

Los cuatro amigos salieron a buen paso del metro y se encaminaron hacia la estación de cercanías.
En el camino le recordaron a María que aquello podía costarle la vida.Ella intentó disculparse e igual que en otras ocasiones les recordó que la vida tiene sus riesgos y vivir con miedo no es una opción .

-Te entiendo perfectamente-replicó Irina- ¿acaso crees que nosotros no tenemos sentimientos?, hemos perdido familia y amigos en este camino,no soportaríamos perderte también a ti.

-¿Visteis a esa niña?-preguntó María-sabía que le quedaban pocas horas, sus labios empezaban a estar azules, de hecho no sé como ha podido vivir tantos meses.No podía quedarme impasible, tenía que hacer algo, ahora sé que su vida sera larga,lo supe en cuanto abrió los ojos y vi su brillo intenso,ella se salvara y necesitamos que se salven muchos otros,si no este planeta se convertirá en una selva y la raza humana se extinguirá.

-De acuerdo -contestó John -pero no puedes exponerte así, si el convoy no hubiera estado en movimiento esa gente podrían haberte despedazado, la necesidad convierte a las personas en irracionales. Por favor María cuenta con nosotros, puedes salvar muchas vidas, pero es imprescindible que cuides de la tuya.

-María...-empezó a decir Robert- pero su voz se quebró y sus ojos no pudieron seguir reteniendo las lágrimas.(ella le acaricio la cara).

-Lo sé Robert, lo sé, seré prudente por Loida ¡perdóname Robert! todo irá bien, te lo prometo.

Algo más calmados llegaron a la estación, durante el trayecto permanecieron callados, cada uno con sus pensamientos , que no dejaban de ser el mismo, vivir.

Anna mecía suavemente a Loida en sus brazos, la niña no tenía fuerzas para mamar, su boquita se abría como la de los peces fuera del agua y su piel perdía color con cada minuto que pasaba.

Entretuvo su mente pensando en su padre, en aquellos días de playa de su niñez, cuando el aire aún era limpio y jugaban revolcándose en la arena.

-Papá-dijo para sí- ayuda a mi hija estés donde estés, protégela como hiciste conmigo, papá, te quiero.

Anna se sobresaltó, giró la cabeza hacia la puerta de entrada, allí estaban sus amigos. Robert la abrazó y besó tiernamente ,ella sonrió y exhaló un suspiro y de sus ojos empezaron a brotar lágrimas de agradecimiento mientras le tendía su hija a María, esta miró a la niña y besó su frente, empezó a soplar suavemente en su cara y Loida se agitó entre sus brazos, al momento rompió a llorar, tenía hambre,su madre empezó a amamantarla.

Cuanto amor, que paz se respiraba en aquel hogar, si, allí se respiraba, fuera el aire era espeso y sucio.

María miró por la ventana, la ciudad seguía en movimiento, la gente abajo parecían hormigas, los coches iban y venían tirando chorros de humo, ¿ y aún había quien se sorprendía del color gris plomizo del cielo? ¿Es que estaban todos ciegos? ¿que les cegaba?,quizás el poder , la avaricia ,por todo esto no respetaban la naturaleza y se la habían cargado poco a poco, hasta llegar a este momento convirtiendo un planeta azul en tóxico e irrespirable.

María sintió que le faltaba el aire,agitada y sudorosa se asfixiaba, un grito se ahogó en su garganta , se incorporó de un salto de la cama, su marido entreabrió los ojos.
-¿Estas bien? -le preguntó-.
-Si, no es nada, vuelve a dormir.
Se levantó sin hacer ruido, sigilosamente abrió la puerta de la habitación de su hija, dormía tranquilamente, se acercó y la besó cuidando de no despertarla, ya iba a salir cuando dio media vuelta, regresó al lado de su hija y sopló dulcemente sobre su cabeza, miró hacia la pared y una sonrisa se dibujó en sus labios, el retrato de su padre parecía observar a madre e hija, parecía cuidar de ellas. En voz sumamente baja dijo:
-Te quiero,papá.

Fue a la cocina , se hizo una infusión y se sentó cerca de la ventana, miró hacia afuera , el día empezaba a clarear, había dormido pocas horas, pero se sentía llena de vitalidad, todo le parecía maravilloso, las plantas de su balcón, el canto de los pájaros, aquella infusión que se estaba tomando, todo era mágico y sobre todo, era...real.
-Se lavó la cara y al mirarse en el espejo se descubrió a si misma sonriendo, qué sueño más agónico había tenido, que sufrimiento y que real parecía todo. Y ahora, que feliz se sentía de que solo hubiera sido un sueño.













viernes, 23 de octubre de 2015

M.D.M.

El tiempo no parecía importante, -nos sobraba-,  los abrazos, las risas, los pequeños descubrimientos se nos antojaban muy grandes, hasta las casas y las calles nos lo parecían, porque nosotros con nuestros pequeños cuerpos, con tanto por vivir, eramos incansables. Siempre buscando nuevas aventuras y casi sin darnos cuenta fuimos atesorando recuerdos , pensando que no los olvidariamos nunca, y estos quedaron dormitando en nuestra dulce memoria.

Pero el tiempo si paso, y la distancia unida a los años, intentó cortar ese hilo invisible que sin que nosotros lo supiéramos nos unía.

Volviste un verano después de tantos años, con la vida formada, sin tu apariencia de niño, y pensé no encontrar mas aquella sonrisa que decoraba tu redonda cara y aquella mirada que iluminaba los días grises.

Yo, estaba equivocada, y el brillo de tus ojos , te delató.

Despertaste lo que durante muchos años hibernó en mi interior y recordé aquel día -los dos enlazados por la calle, a la salida del cine, cantando,  riendo,  con sabor a caramelos en la boca-. ¿ Como pude olvidarlo?

Y tras liberar de su letargo ese increible dia, empezamos de nuevo a compartir risas, lagrimas, y cantamos a duo subidos al tejado, - solo con el pensamiento-.

Sé que ahora, los momentos vividos no se perderán si no que permanecerán en mi, en ti, en ese paraíso donde la memoria despierta al no olvido, tu dulce memoria...mi dulce memoria.

domingo, 18 de octubre de 2015

Pequeña mariposa










El eco de mi voz
rebota en las paredes
buscándote en la casa.

Te has llevado
la risa
en tus alas.

El silencio pesa
se ha parado el tiempo
ha llegado el frío.

Me tapo con mil mantas,
nada derrite el hielo
instalado en mi alma.

Te has llevado
el sol
en tus alas.

Cuando vuelvas
pequeña mariposa
trae la luz,
la alegría, la risa,
A tus alas pegadas.

sábado, 10 de octubre de 2015

Por no hablar

Se fue de madrugada, antes de despuntar el sol, cuando la luna aun entreteje gotas de rocio, con la incerteza de un futuro por llegar y el conocimiento de un pasado que no volvería.

Su mente, le dictaba la búsqueda de respuestas a sentimientos enterrados hacia mucho bajo su piel,pero su cuerpo se mostraba perezoso.

Que curioso -pensó-¿como pueden luchar dos partes de mi mismo?
-¡Sera que después de tantos años de rutina,  la energía no gastada en vivir, me empuja ahora?

En realidad le apremiaban los recuerdos, se había quedado a medias en un capitulo de su vida, un tiempo agridulce, de amor y decepción, cuyo final siempre le planteo dudas, por eso después de tantos años tenia el deber consigo mismo de resolverlo.

Hacia mucho que su hermano Carlos y él no se hablaban, se habían enemistado al enamorarse de la misma chica, ambos se distanciaron y nunca mas volvieron a saber el uno del otro. Ahora su instinto le dictaba regresar a su lado.

Conducía sin prisa, saboreando cada momento, respirando profundamente la humedad de la noche, que penetraba impetuosa por la ventanilla de su furgoneta, parando cuando lo creía necesario para estirar las piernas, prolongando así un poco mas el tiempo antes de llegar a su destino.

La suya era una visita no anunciada, a cada kilómetro recorrido le asaltaban las dudas, en varias ocasiones, estuvo a punto de dar media vuelta y volver a su casa.

¿Que encontraría al llegar?, ¿seria bien recibido o le cerrarían la puerta sin miramientos?.

Faltaban pocos kilómetros, a penas cinco, paro de nuevo. A su derecha se extendía un campo de girasoles, el amarillo y el verde componían un armónico tapiz.

Dejó volar su imaginación y ante él, apareció la causa de su desdicha, Mª Rosa, con su larga cabellera del color de la tierra desparramándose sobre sus hombros. Estaba allí, deshojando un girasol, y él miraba estático, medio escondido tras un árbol, a punto de sorprenderla con un ramillete de violetas salvajes recién cogidas.

Ella le había jurado amor eterno, y él. pobre ingenuo, la había creído.

Oyó sus risas y al acercarse mas vio como otro la abrazaba, sintió la sangre agolparse en su cabeza, apretó los dientes, los puños y cuando a pasos apresurados se dirigía hacia ellos, vio a Carlos, este le miró interrogante, y al llegar a casa estalló la tormenta. Treinta años hacia de esto, amor y desamor de juventud.

Se puso nuevamente en marcha, ya divisaba la casa de su hermano, el corazón le latía con fuerza, sintió frío, calor, aun tuvo que parar una vez mas para serenarse.

¿Estaba preparado para el reencuentro con Carlos?, y Mª Rosa, ¿estaría muy cambiada?.

Se miró en el espejo de la furgoneta, se peinó con los dedos, tomó aire y aparcó en la misma puerta de la casa.

Antes de que tuviera tiempo de llamar al timbre, oyó pasos, ahora si, los latidos de su corazón se acrecentaron, sintió deseos de salir corriendo, pero sus pies no se movieron

El tirador de la puerta giró, y esta empezó a abrirse. Sus ojos grises ocultos tras las gafas, tropezaron con otros casi idénticos, los de Carlos. No hablaron ni se saludaron, las palabras ahora eran inútiles, solo sus miradas, sus lagrimas, sus brazos y la unión de dos hermanos.

El abrazo fue largo, dulce como el de una madre, indescriptible.

Cuando por fin se separaron, el se fijó en el atuendo de Carlos, todo de negro, y en su cuello una tira blanca, era...sacerdote.

La perplejidad acudió a su cara, la risa salió disparada de su garganta igual que sus lagrimas. Su hermano en calidad de párroco, intentó guardar las formas, pero la risa le ganó, y los dos volvieron a abrazarse, su risa convulsiva los hizo retorcerse, llorar, y terminar sentados en los escalones del porche,él como pudo preguntó:

-¿ Y Mª Rosa ?

Carlos casi sin respiración, le contestó:

-¿ Te acuerdas del circo que venia cada dos años al pueblo ?

- Si, - contestó él-

- Se fugó con el contorsionista.

- ¡ No puede ser , no puede ser !

Se miraron a los ojos, ya no sabían si reír de alegría o de pena, treinta años, por no hablar.
Y se abrazaron nuevamente.




sábado, 3 de octubre de 2015

No sé














No sé que me pasa
que se me anegan
los ojos de mar,

que la espuma de las olas
revienta contra mi boca,
que mi corazón , antes
rompeolas
se agita como alga
en la marea.

No sé que me pasa
o quizás si y me
lo niego.

Quizás soy como el leño,
que tras flotar
en la tormenta, vuelve sereno
a la costa.

No sé que me pasa
o quizás si, y me
lo niego.

Repito insistente,
para convencerme,
no sé que me pasa.

Pero si, lo sé, y
me lo niego  mil veces,
porque después de
anclado en la arena...
volver a la tormenta
es de suicidas, temerarios.

No sé que me pasa,
pero si, sí sé que me pasa.
Que aun queda vida
en estos surcos,
donde anidaron pájaros.

Y como ellos,
aunque flotando,
marchare lejos,
a la aventura.

No sabia, y ahora sé,
si sé lo que pasa.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Buscando un sueño


Llevaba toda la vida ilusionado, trabajando para conseguir su objetivo, su sueño y cuando al fin lo consiguió , se dio cuenta de que la ilusión se había esfumado, no era el sueño el que le infundía fuerza, si no el trabajo que realizaba cada día para conseguirlo.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Amantes

El sol se llevó los miedos, las dudas, y al caer la noche, sus ojos se cerraron pesados.  Su cuerpo cansado y satisfecho de placer, liviano, libre del peso de la incerteza, se dejó arropar por su calidez.
Sus risas y su aliento fueron uno.
Así, sin darse cuenta la luz de la mañana les sorprendió entrelazados.

martes, 15 de septiembre de 2015

Loca

“Loca” susurraban a sus espaldas y a más de uno se le escapaba la risa, “loca”, pero ella seguía su camino sin mirarlos, sin inmutarse por sus comentarios.

¿Y que si pensaban que estaba loca? Ella vivía en su mundo y era feliz. Más locos estaban ellos guardando siempre las formas y comportándose con falsa corrección,  ¡Pobres vidas vacías!

Tenía 70 años, su marido había muerto hacía 5 y sus 3 hijos vivían desperdigados por pueblos relativamente cerca de su vivienda. Después de enviudar, Lucía se quedó en su pequeña casa, totalmente pagada y con su modesta pensión vivía sin apuros económicos. Lo peor era la soledad, pero esta la había acompañado gran parte de su existencia, incluso en vida de su marido y cuando sus tres hijos compartían el domicilio familiar.
Y es que la soledad no es solo física, la mayoría de las veces la más angustiosa e invisible es la anímica. 

Sí, pasado los primeros años de matrimonio, esos años en los que la pasión lo invade todo y te torna ciego, la realidad se impuso, la llegada de los hijos, las obligaciones familiares y profesionales, todo eso fue haciendo que ella y su marido se separan gradualmente. Se distanciaron y cada uno ocupo un planeta muy lejano.

 Y ahora la distancia era física, con todos, excepto con aquellos seres del pasado que habitaban en su mente, aquellos con los que hablaba, compartía e incluso a veces discutía y esta relación con los fantasmas que ahora eran esos seres, se trasladó paulatinamente de la intimidad y protección que le proporcionaban las paredes de su casa hasta la calle.
Ahora ya no podía poner freno a esas largas conversaciones y cuando salía de casa andaba murmurando en voz baja, moviendo los labios mientras andaba de un sitio a otro. Por eso la llamaban loca, porque decían que hablaba sola, y es que había pasado demasiados años callada, contenida, guardando las formas y todo ese cumulo de sentimientos, todas esas emociones, todo el amor, toda la rabia, todo el desamor y las quejas no expresadas habían reventado como un volcán y ya eran incontrolables. Pero esta situación le hacía sentirse bien, libre, viva, ¿entonces qué era lo que tanto molestaba a los demás?, ¿sería quizás la imposibilidad de liberarse ellos también? 

Un día, en el comedor de su casa, estaba como siempre con sus recuerdos, con aquellos a los que no había podido decir lo que sentía en vida, discutía, gesticulaba y gritaba a pleno pulmón, sintiéndose más viva que nunca.
Un vecino llamo a uno de sus hijos y este acudió alarmado a ver a su madre. Al llegar ella ya estaba calmada, pero sus ojos estaban rojos e hinchados a causa de las lágrimas, el hijo le pregunto qué le pasaba, si se encontraba bien y ella le respondió:
-Por fin, después de tantos años, he podido decirle a mi madre lo que pensaba de ella, hemos discutido acaloradamente y después la he perdonado. Al terminar, nos hemos abrazado y me ha besado como cuando yo era niña.- y el hijo horrorizado, llamó a una ambulancia: "Posible brote psicótico", dijeron, y se la llevaron a una residencia.

Resulta curiosa  la forma de solucionar problemas, curiosa y cómoda para los familiares. Sí, era más práctico y rápido esto que perder el tiempo escuchando lo que tenía que decir. Pero como ella había aprendido desde hacía mucho a comunicarse desde un mundo invisible para los “cuerdos”, no se sintió demasiado afectada. De hecho en la residencia conoció a personas que , al igual que ella ,se habían liberado y reían, lloraban o cantaban sin vergüenza. 

A veces, para sorpresa de los cuidadores se abrazaban entre ellos, se acariciaban las caras ya arrugadas y los cabellos canos  y se dispensaban elogios y palabras de amor.

"Pobres, a lo que han llegado",  comentaban los trabajadores de la residencia. Y los locos,los miraban a veces con superioridad, otras con pena e incluso ternura. Porque para ellos, los auténticos dementes eran los demás.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Volver

Sentado en la sala de espera del aeropuerto, aún resonaban en su cabeza las palabras del doctor:
- Seis meses, a lo sumo un año. Don Pedro hay una medicación que...
No quiso escuchar más, tantas cosas por hacer y tan poco tiempo.
Faltaba poco para embarcar pero cada minuto le parecía eterno, de repente se dio cuenta de que llevaba aplazando algo vital para él, volver a sus orígenes, con su gente. Ahora entendía a su madre cuando después de quince años en Buenos Aires, un día se le plantó delante y le dijo:
Mira hijo, estoy mayor y cansada, siento que mi tiempo se acaba, quiero morir en mi tierra, en mi casa, con los míos.


Volvió a Cáceres y cinco años después murió donde quería y él tuvo que coger el primer vuelo para acudir al funeral. Entonces no lo comprendió muy bien, pero ahora, treinta años después, él seguía el mismo camino, empujado por sus recuerdos, con la necesidad de acariciar las piedras de la muralla de su niñez, con ansias de abrazarse y ser abrazado por todo lo que le dio tanta felicidad.
Llegó al aeropuerto de Barajas en Madrid y de allí, en tren hasta Cáceres, sus primos lo esperaban en la estación. A ellos no les había dicho nada de su enfermedad.

- Perico, Periquito!! gritaron sus primos al verlo. ( Cuantos años hacia que nadie le llamaba así , que felicidad sintió ).


Abrazos y lágrimas en el reencuentro.
Las maletas le volaron de las manos, todo era poco para obsequiarle, por hacerle sentir bien y querido, y es que su familia
hacía mucho que le rogaban fuera a verlos. Treinta largos años, ahora con setenta regresaba.

Todo era nuevo para él, la ciudad había crecido, bloques de pisos, centros comerciales, pero el casco antiguo, las piedras de su niñez, las que atesoraban sus momentos más felices permanecían allí , inalterables al paso del tiempo, altivas, imponentes, dispuestas a explicar historia e historias de siglos pasados a quien quisiera escucharlas, dispuestas a dejarse acariciar por todo el que quisiera, amantes complacientes, cálidas y duras a un tiempo.

Tras la visitas familiares y las opíparas comidas extremeñas "a las que él ya no estaba acostumbrado", un día convenció a sus primos para salir solo de paseo, ya que desde su regreso, hacía tres semanas, no se habían separado.

Llegó a la plaza mayor, ya no podían circular coches por ella, la habían hecho peatonal. Los turistas de todas las nacionalidades pululaban con sus máquinas de fotos y móviles intentando captar todo tipo de imágenes, edificios, luces, sombras "typically spanish", la iglesia de la Paz, la torre Bujaco, el arco de la Estrella, los soportales de la plaza, ¿cómo captar tanta grandeza en un chisme tan pequeño como un móvil?. Su abuela se hubiera echado las manos a la cabeza si lo viera.

Cruzó la plaza mayor y siguió por San Juan abajo hasta llegar a la calle de Sande, entonces la vio, en el nº 42, la casa de su abuela, no parecía que nadie viviera allí, se quedó un rato mirando la fachada y mentalmente pasó al zaguán, a la habitación y al fondo de la casa donde en su niñez ella tenía gallinas, recordó cómo jugaba con sus primos y una opresión extraña se apoderó de su pecho, le costaba tragar y es que las lágrimas se apelotonaban en su garganta y acudieron libres a sus ojos, brotando a borbotones. No sintió vergüenza sino nostalgia, añoranza de su niñez, deseos de entrar otra vez al gallinero por ver si las gallinas habían puesto algún huevo .

Desanduvo sus pasos llegando nuevamente a la plaza y de allí se encaminó a la calle Postigo, donde se crió con sus padres, le pareció más pequeña de lo que recordaba, estrecha como mucho para permitir el paso de un vehículo pequeño, aunque por allí no circulaba ninguno. Subió la cuesta hasta arriba del todo pisando el empedrado irregular y desgastado por el tiempo. Cuando llegó al final se dio media vuelta y se le escapó la risa. Qué locura (pensó),
¿cómo no nos abrimos la cabeza de niños al tirarnos pendiente abajo con el triciclo?

Bajó la calle empinada hasta la misma puerta de la que había sido su casa, ahora estaba cerrada, cuando él era niño, todas las puertas estaban abiertas, la gente se respetaba y se anunciaban con un buenos días o un buenas tardes.
Siguió bajando la calle, le pareció escuchar risas de niños jugando a la pelota, giró a la derecha y allí en la otra acera estaba la carbonería, ahora cerrada. Hacía muchos años que estaba en desuso, ya nadie o muy pocas personas compraban picón para el brasero, ahora éstos eran eléctricos y las casas disponían de calefacción .

Según andaba , de vez en cuando, su mano derecha reseguía la pared notando el tacto rugoso de las piedras, así casi sin darse cuenta, llegó a la plaza Santiago y se sentó en un banco, estaba cansado y es que llevaba toda la mañana andando por el empedrado y esto unido a la carga de sentimientos que se habían ido apoderando de él, era mucho en tan poco tiempo.

Volvió a sentir risas infantiles y al mirar vio a unos niños, ¡niños y más niños! el mundo no se acabará cuando yo me marche (pensó) y una sonrisa afloró en su cara marchita, se los quedó mirando más atentamente y empezó a ponerles nombre:
Aquel, el del pantalón azul marino, podría ser Juanito (qué bueno era jugando a la peonza), ese otro, el de la camisa amarilla, Jorge, (qué piruetas hacía con la bici) y ese, Toño y ese otro Manolo y esa niña... esa niña preciosa, mi María (que Dios la guarde).
Por su cara sonriente surcada de arrugas resbalaban las lágrimas una tras otra, se las secó con el dorso de la mano, sacó su vieja pipa del bolsillo y la llenó. Empezó a fumar, las volutas de humo se mezclaban con el aire, cálido y estático como las piedras calientes del suelo .

Una voz infantil, grito:
Perico, Periquito!! ¿ A qué esperas? ¡Chuta la pelota!
Y él lo hizo, chutó fuerte como hacía años... corrió, corrió y marco gol en aquella portería improvisada entre dos piedras.
- ¡Gol, gol ! gritaron varios niños a un tiempo, ¡gol, gol! gritó él lleno de euforia, hemos ganado el partido, risas y guiños, alegría infantil.
Se giró de repente y miró hacia el banco, allí quieto como una figura de cera, con la pipa en su mano reposando entre sus piernas, estaba aquel anciano, en su cara con los ojos cerrados se apreciaba una gran felicidad, una paz inmensa, porque... aquel anciano era él y acababa de regresar a su niñez.

Se acercó para verlo mejor y entonces, brazos infantiles le rodearon, le acariciaban el pelo, le enviaban miradas de complicidad y una voz muy dulce le susurró:

Ya estás en casa, ya has vuelto, nunca más nos dejarás.

Se volvió y vio su reflejo en un escaparate, su pantalón corto, sus rodillas peladas, su camiseta a rayas y su pelo revuelto, sí, ya no era un anciano, ya no estaba enfermo y esa voz tan dulce era la de su hermosa María, estaba nuevamente a su lado y le sonreía con toda la ternura del mundo.



jueves, 13 de agosto de 2015

Reencuentro



El silencio era total, una extraña calma invadía todo, era como si el mundo entero se hubiese puesto de acuerdo para dormir, para callar o como cuando en un teatro nadie se atreve ni a toser, tal es la atención que prestan a la obra. ¿Y si la vida solo es eso, una obra de teatro y nosotros los actores? Pero en aquel momento yo mas bien era espectadora. Ante mi desfilaban figuras del pasado, personas queridas que hacia mucho que se habían marchado y entre ellas estabas tu. 

Busque tu mirada insistentemente pero no te inmutabas, quería tocarte pero mis brazos no llegaban hasta ti. Te seguí por el salón de la casa hasta llegar a la cocina, una vez allí entraste en la despensa. Era una pequeña y oscura habitación, por un momento pensé que ibas a mirarme pero solo fue una ligera inclinación de tu cabeza que parecía indicarme que te siguiera, pero… a donde.

De repente atravesaste la pared, no podía creerlo, aun así te seguí. Ya no estábamos en la casa, habíamos pasado a un receptáculo pequeño, plateado y luminoso. Te tenia a menos de un metro de distancia y aun así no conseguía tocarte, era como si una coraza invisible te envolviera, como si todo el amor, la ternura, la felicidad, la pena, las risas, las lágrimas, todo estuviera concentrado en ti y algo no se bien que te rodeara por todas partes para que ese cóctel de sentimiento no se escaparan.

Sentí un ligero movimiento, ascendíamos, era como estar en un ascensor, subía, paro y se abrieron las puertas. Tu saliste andando despacio, con calma, yo quise seguirte pero no pude. Una paz increíble se apodero de mi, te fuiste alejando poco a poco, parecías flotar en un paisaje lleno de colores, el verde de la hierba tapizaba el suelo y pequeñas flores le daban vida, el cielo era claro y la temperatura ideal, como esos días de primavera mágicos que uno no quiere que acaben nunca.

Intente salir de nuevo de aquello que parecía un ascensor, pero mis pies no se movían, era como si hubiesen echado raíces en el suelo. Entonces te giraste y me miraste, no sabría explicar muy bien lo que vi en tus ojos… amor y despedida.

-Quiero ir contigo, dije.

-Aun no

-Por favor, quiero ir contigo.

-No, no es tu momento

Te adentraste en aquel paraje maravilloso, y con cada paso te confundías mas y mas, hasta fundirte totalmente en el. Ya no podía verte, pero sabia que estabas allí, en cada rayo de sol, en cada flor, en cada piedra y quizás…en mi misma.

Desperté con la certeza de que no había pasado toda la noche en mi cama. 

Cogí el metro para ir a trabajar y mientras atravesaba el largo pasillo que conducía hacia el anden, notaba tu cálida presencia. Me sentía fuerte y acompañada, nadie podía dañarme.

Los días sucesivos empecé a sentir como poco a poco te apartabas de mi, en varias ocasiones, me sorprendí a mi misma mirando hacia atrás, por ver si seguías allí, pero claro, no podía verte. A la semana, mientras caminaba por el túnel hacia el anden, volví a sentir algo pero ya no era tu presencia. Definitivamente te habías marchado, dejando algo en mi, algo que no había descubierto hasta ese momento, a mi misma.

martes, 11 de agosto de 2015

El rincón dormido


Tanteando en la oscuridad hasta conseguir dar con el interruptor que da paso a ese flash cegador, me tambaleo por la habitación, el corazón parece a punto de escapar del pecho. La respiración agitada y mareante hasta que descubro que todo ha sido un sueño, ¿o no?

Agudizo el oído y recorro la casa, ¿Dónde se han metido?, hace un momento esta soledad estaba desbordada de vida, de voces, risas e incluso gritos. Ahora el silencio parece denso y al mismo tiempo lleno de zumbidos que se que solo yo oigo. Dentro de el puedo escuchar historias, historias que se repinten continuamente, otras nuevas y frescas, paisajes y caras que hacen que el tiempo corra sin pausa.

Suena el despertador y empiezan las prisas, el tiempo corre veloz y así el resto del día, la rutina, el cansancio, las risas, la vida…

Poco a poco la casa se va poblando de sombras, el día ha pasado y se que cuando repose la cabeza en la almohada, conseguiré llegar al rincón dormido y nuevamente volveré a encontrarme en medio de otras vidas, formando parte de un paisaje desconocido y sugerente, donde todo es posible, donde la muerte y la vida pueden vivir en armonía, donde puedes volar sin alas. Solo allí, solo en ese rincón tienes la oportunidad de ser tu mismo.