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sábado, 21 de noviembre de 2015

Primavera del cincuenta y nueve

En la primavera del cincuenta y nueve, era tan pequeño e inocente que aún creía en las hadas, los duendes y las princesas de cuentos.

Mi princesa favorita tenía doce años mas que yo, mi hermana Inés, con su melena color miel salpicada con esos reflejos que parecían hilos de oro cuando el sol aterrizaba en ellos.

Ella era todo para mí, incluso más que mi propia madre, jugábamos, bailábamos y como yo aún era muy bajito, ponía mis pies encima de los suyos y  a un tiempo marcábamos los pasos de baile.

Aquella tarde mi madre, se empeñó en llevarme a casa de mis abuelos,- vivían dos calles más abajo -y me hizo quedarme allí. Una hora más tarde llegaron mis tíos con mis dos primos, merendamos y estuvimos jugando a la pelota, empezó a oscurecer, estaba cansado y quería ir a mi casa, pero mi abuela preparó la cena para todos, después nos pusieron a dormir en la habitación de las visitas, donde desde hacía tiempo habían instalado dos camas, una individual y otra de matrimonio.

A mí, no me gustaba quedarme a dormir allí, los colchones eran de lana y yo me hundía literalmente en ellos, quedándome aprisionado, lo cual me producía sensación de asfixia.

Pero no había réplica posible, mi madre y mi abuela habían dejado bien claro que esa noche la pasaría allí con mis primos.

Cuando la casa quedó en silencio y apagaron todas las luces, me deslicé de la cama como pude, pues el colchón ya se había amoldado a la forma de mi cuerpo y casi no me permitía moverme. Me vestí a oscuras para no despertar a mis primos que dormían en la cama de matrimonio, salí con los zapatos en la mano hasta el zaguán, me los puse y fui de puntillas hasta la puerta, con sumo cuidado la abrí y corrí hasta mi casa, entre fácilmente ya que no cerraban nunca con llave. Las luces estaban encendidas y en la cocina se oía movimiento.

Unos pasos rápidos se escucharon por la escalera, me escondí en el hueco que quedaba debajo. Era mi tía, al momento mi padre y mi tío salieron, hablaban en voz baja pero parecían nerviosos, entraron en la cocina, momento que yo aproveché para subir las escaleras colándome en mi habitación y metiéndome en mi cama.

De repente un grito desgarrador rompió el silencio, un escalofrío me recorrió el cuerpo y me tapé hasta la cabeza, escuché con atención, al momento otro grito, me castañeteaban los dientes de miedo, ¡ era mi hermana quien gritaba así ! ¿ qué le pasaba ?

A pesar del terror que me invadía salí corriendo apresuradamente hacia su habitación, en mi aturdimiento no repare que en el descansillo de la escalera estaban mi padre y mi tio, rapidamente me detuvieron y tras interrogarme levemente, me obligaron a meterme nuevamente en la cama.

Desde allí, llorando y sonándome los mocos con las mangas del pijama, podía oír la respiración agitada de mi hermana, sus gritos hacían temblar la casa y a mi a un tiempo.

Llegó el silencio, intenté calmarme, agucé el oído, pero con la charla de mis tíos y el ir y venir constante, no podía entender lo que decían, eso si, parecía que en la casa se había colado un gato, porque escuché clarito su maullido.

Pasó una hora aproximadamente, todo en silencio. Yo permanecía tapado y despierto.

Se abrió la puerta, mi madre entró, pensé que me reñiría por haberme escapado de casa de la abuela a media noche, en lugar de eso, me acarició la cabeza, me besó y me dijo con suma ternura:

Ven, cariño mío, has de ver algo.

Tomé su mano, la seguí hasta la habitación de mi hermana, la puerta estaba entreabierta, al traspasarla, mis tíos, mi padre y mi cuñado, tapaban por completo la visión de la cama de Ines.

Conforme mi madre y yo avanzábamos, ellos se fueron apartando, y entonces la ví, con cara de cansada, como si hubiera corrido una maratón y con un pequeño bulto en sus brazos.

Mi padre me aupó, y allí estaba, ¿ de dónde había salido ?, sonrosada y pelona, con una nariz pequeña como un guisante, y los ojitos cerrados.

Me acerqué más y se movió, mi hermana la destapó un poco y una mano diminuta emergió de entre la toquilla que la cubría, instintivamente la toqué con un dedo y aquella especie de muñeca de carne y hueso, se aferró a él.

Se me quitó el miedo de repente, no podía parar de reír, mi hermana, mi princesa, acababa de ser mamá y yo con solo ocho años, me convertí en tío.

Aún recuerdo con emoción como la noche más terrorífica se convirtió en una de las más felices de mi vida.


2 comentarios:

  1. me encantas cuando escribes y mientras te leo en silencio me llevas de la mano a un pasado de hermosos recuerdos

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    1. Comentarios tan bonitos dan pie para seguir escribiendo porque en ellos veo poesía. Muchas gracias!

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