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domingo, 29 de noviembre de 2015

Dulce abuelita

La dulce abuelita de los ojos entelados, fue en otro tiempo moza de carnes prietas, melena al viento, sonrisa franca y ojos llenos de esperanza.

Fue educada como tantas, esclava, sumisa, muda y paciente, muy paciente, prado fértil sembrado sin permiso, sin abonar de besos y caricias, a golpes de azada y regada de agua sucia.

Aún así sus frutos hermosos crecían, nutriendo el hambre con fantasías de mendrugos y dulces inventados, caramelos de azúcar quemada en el fogón de la cocina, mientras en la olla se guisaba el alimento del amo, este fuerte y rudo, tal como lo habían criado, poniendo a golpes de palos a cada cual en su sitio, aguantando con mano firme el cinturón, manos ásperas que no aprendieron nunca a acariciar, dientes para morder y dominar sin labios que supieran besar.

La triste y sufrida abuelita de los ojos entelados, busca escapar del hambre y del frío, de la apatía y la rutina. Da largos besos a la botella que guarda presurosa entre las lanas del colchón, se la acerca a los labios y deja que refresque su garganta y nuble su mente, así crea su mundo día a día, hasta que vuelva el amo, haciendo surco en su cuerpo, tomando a la fuerza lo que considera suyo, tal como le enseñaron.

La cansada abuelita, ha vestido con unos visillos sus ojos, para tapar lo que duele, lo que le agota, estos tapan el miedo y también lo poco hermoso de su vida.

Cuando voy a casa de mi abuelita, permanezco erguida como un palo mientras me acaricia, no ve con sus ojos, pero si con sus manos, con sus dedos y esto me provoca confusión y miedo.

La dulce abuelita de ojos entelados, perdió hace mucho a su amante secreto, del color del ámbar o del rubí intenso. Ya no tiene amo, ya no tiene miedo.

Su cuerpo fue río, ahora cauce seco, su vientre pradera, ahora ya desierto, su melena al viento no mas que unos copos que el aire se lleva.

Ojos vivarachos, ojos de pantera, tapados por telas para que no vea, y sabor amargo en los labios secos que fueron cerezas, pálida la piel marcada por surcos que labró la pena.

La dulce abuelita de ojos entelados, los cerró un dia, y cruzando sus manos se fue muy deprisa.




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