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sábado, 26 de diciembre de 2015

Mañanas de domingo

Caramelos de rosa y sabor a domingo saliendo corriendo de la iglesia.

Nunca supe lo que decía aquel señor - El cura -. Yo acudía a misa por mandato divino,-el de mi madre-, y me aburría enormemente, sobre todo cuando tenía que confesarme, ¿que pecados podía tener un niño de once años?. La mayoría de las veces me los inventaba, algo tenia que decirle a aquel señor, que no hacía más que preguntar. ¿Y quien le preguntaba a él?. - Claro , que esto último, yo, no se lo preguntaba a nadie, porque intuía que la colleja sería instantánea. Que fea costumbre tenían los adultos de responder con collejas a aquellas preguntas para las que no tenían respuestas.

En realidad, yo iba a misa por las cinco pesetas que me daba mi madre, imagino que era la recompensa por estar pacientemente sentado en el banco de la iglesia, levantarme y arrodillarme sin saber por qué, simplemente porque aquel señor desde el púlpito lo mandaba. Lo mejor de todo , era cuando decía:

- Podéis ir en paz.

Entonces, intentando ocultar nuestra alegría, todos los amigos,- unos cinco o seis que nos sentábamos en las últimas filas - nos mirábamos, y a pasos cortos y nerviosos, salíamos disciplinados de la iglesia.

Una vez en la calle, la carrera hasta el kiosco de las golosinas, siempre invariablemente la bolsa de pipas y los caramelos de rosa. Después la llegada a casa y la cara de satisfacción de mi madre.

Si, aun recuerdo aquellas mañanas de domingos.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Ojeras

Esas dos viejas resecas del cuarto B tan hipócritas, siempre me miran de reojo y murmuran, - creo que no han conocido varón -.

Hoy ha hecho un bonito día soleado y con una ligera brisa, que ya no puede despeinarme aunque lo intente,- no queda pelo para alborotar -. Paseaba por la avenida mirando escaparates, todo por matar el tiempo, y discretamente me recreaba la vista con alguna que otra mujer, paré delante de una relojería- como me han gustado siempre los relojes -, al mirar mas detenidamente, vi mi propio reflejo, pelón, encorvado, arrugado...-se me quitaron las ganas de paseo-, di media vuelta y me encaminé a la panadería.

- Buenos días.
- Buenos días, - murmuraron a coro tres mujeres allí reunidas, y sus indiscretas miradas parecieron fulminarme-.
Enrique, el panadero me dirigió una sonrisa pícara detrás del mostrador, y tras despedir a las tres mujeres, que salieron a paso ligero del local, nos quedamos a solas.

-¿ Lo de siempre Ramón ?
- Si lo de siempre - contesté -
- Parece que no duerme bien últimamente ¿no? - dijo señalando mis ojeras -
- Bueno, a mi edad eso va a días, cóbrate, y le extendí los sesenta céntimos.
- Cuídese Ramón.
Y nuevamente esbozó esa sonrisa pícara de estar a la vuelta de todo.

Se me pasó el día con la rutina de siempre, y a las nueve de la noche llegó Pepe, mi hijo.

- ¿ Has cenado ?, te he traído un caldo, tienes que cuidarte mas papá, ya no eres un niño, si quieres puedo quedarme a dormir para hacerte compañía, mira que ojeras tienes, ¿ desde cuando no te haces una analítica ?.

Quiero a mi hijo mas que a mi mismo, pero esa actitud suya tan desmesuradamente paternalista me pone de los nervios, no entiendo a que viene tanta preocupación.

Después de marcharse Pepe, estuve leyendo un poco, a las once decidí atontarme un rato delante del televisor, sentado en mi fantástico sofá, de esos que tienen para reposar los pies, y allí con el mando en la mano, empecé a cambiar de canal, buscando algun programa decente, nada ni caso, un cotilleo tras otro.

Hasta que sin avisar, llegó ella, acarició mis parpados con sus labios, posó un beso suave y sugerente en los mios, y unos tiernos y excitantes mordisquitos en los lóbulos de las orejas. Hundí mi cara en el hueco que se forma entre su cuello y su hombro, inspirando su perfume, recorriendo sin prisa cada centímetro de su piel, enlazando nuestros cuerpos como antaño, liberando sus redondas formas de la ropa, formando un coro de gemidos que se extendían por toda la casa cada vez mas altos, casi como gritos totalmente descontrolados, y ese balanceo que parecía querer tirarme al suelo, como si estuviese sucumbiendo a las acometidas de un terremoto. Mi cuerpo emanaba agua, empapando el pijama, y repentinamente abrí los ojos, aún tenia el mando del televisor en la mano, los gemidos resonaban por todo el piso, bajé el volumen ensordecedor y miré la pantalla, entendí la procedencia de los gritos, y cambié de canal, - nunca me gustaron las películas porno -, después de lavarme los dientes y cambiarme hasta de calzoncillos, me quedé profundamente dormido.

Las ocho de la mañana, hoy también hace un día soleado.

- Buenos días.
- Buenos días.

Y otra vez la mirada desaprobadora de las viejas resecas, y en la panadería la risita contenida de Enrique, y esas cotillas mirando de reojo. Otro día mas, y mis ojeras cada vez mas profundas.


sábado, 12 de diciembre de 2015

Hojas de menta

Aquel año, mis padres y su espíritu nómada, decidieron nuevamente levantar el vuelo, yendo a parar a un barrio obrero de Almeda de Cornellá, no recuerdo la calle, pero si la casa de la señora Marta que como un náufrago en el océano, aguantaba impasible rodeada de bloques de pisos.

Yo, tenía seis años y vivía en un cuarto piso sin ascensor, mis piernas no se quejaban por los escalones, pero mi cuerpo si del confinamiento.
Lo que más me gustaba era bajar a la calle, pero no para jugar con otros niños, no, eso me resultaba aburrido. En realidad, lo más atrayente para mi, era el patio de nuestra vecina. Aún la recuerdo; no debía medir más de un metro y medio, y su cintura se había perdido hacia muchos años, igual que el color de su pelo, pero no así su sonrisa, yo, la miraba y sus ojos destilaban dulzura, siempre me recibía con cariño y a veces con algún caramelo, me gustaba oírla explicar historias y pasear con ella por su huerto, allí probé por primera vez la menta, hojas de menta que yo masticaba con auténtica fruición

En aquellos días fuimos a visitar a mis abuelos, ellos vivían a muchos kilómetros, y mientras estábamos allí, el río Llobregat se desbordó llevándose todo por delante, coches, los comestibles de las tiendas, , etc..., todo fue arrastrado por sus aguas ladronas, incluso la casa de la señora Marta.

Al regresar, encontramos un barrio lleno de tristeza, las paredes de las calles y edificios mostraban la marca de las aguas, y los vecinos que se habían quedado sin nada, reflejaban en sus caras la pena y la desolación.

Me acerqué corriendo a la casa doblemente naufraga,el huerto era de barro, sus puertas y ventanas inexistentes, y ya no encontré los cuentos ni las risas de la señora Marta. Entré calzada con mis botas de agua - en un descuido de mi madre - ya no había nada, el río se lo había llevado.

Agudicé mi oído, escuchando los lamentos de los vecinos, y entre pena y pena, me enteré de la tragedia. El agua llegó deprisa, sin aviso, sin piedad, la señora Marta estaba viendo la tele cuando el agua la inundó, el sillón donde estaba sentada, flotó dentro de su sala y ella sobre él, aguantó hasta la llegada de los bomberos, que la rescataron magullada pero de una pieza.

Nunca más la vi, se fue a vivir con un hijo.
Su casa fue derribada, y en su huerto no volvieron a crecer hojas de menta.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Luna llena

Llevaba todo el día enfurruñada sin razón aparente, sin saber el por qué.

Al caer el sol salimos a pasear, llegamos a un camino de tierra bordeado de juncos, era una noche agradable de luna llena, y yo seguía enfadada.

-¿Que te pasa, amor? estas extraña.
- No sé, no tengo ganas de nada, siento como un vacío en el estómago, estoy de los nervios y no consigo relajarme, volvamos a por el coche, no me siento cómoda aquí.
- Hemos estado todo el día de viaje, caminemos un poco, el aire de la noche te sentará bien.

Nos adentramos un poco más por el camino hasta llegar a un cruce, era una zona de sembrados, los juncos hacían presencia a ambos lados y parecían custodiar las cosechas, el aire era limpio, se escuchaba el canto de algún pájaro nocturno y el croar de las ranas, cerca había una riera, todo parecía estar iluminado por una gran bombilla, la luz de la luna era espectacular, y el ambiente era propicio para el amor.

Carlos era todo besos, y sus brazos me ligaban a su cuerpo, sentía el calor de su aliento en mi cuello,  y sus labios recorriendo cada centímetro de mi piel hasta llegar a mis hombros. Nos sentamos bajo un árbol, notaba su respiración cada vez más acelerada, casi podía oír los latidos de su corazón, mis sentidos parecían agudizarse por segundos, olía cada gota de sudor, e incluso la suave caída de las hojas de los árboles, estaba alerta sin conseguir desconectar de esa angustia injustificada.

Después, solo recuerdo como un vértigo, un sabor metálico en la boca, un dolor potente en todo el cuerpo, como si mis piernas y brazos se rompieran en mil pedazos, voces con sonidos desconocidos para mi, y finalmente una luz cegadora.

- Sofía, despierta, mírame nena, soy mamá cariño, abre los ojos.

- Baja la persiana, no aguanto el sol, bajala,- casi grité -,

Mi madre bajó la persiana, y esto me permitió mirarla, una sombra se ocultaba en su mirada, no era la primera vez que lo percibía, pero en esta ocasión, la vi más claramente que nunca.

- Mamá, ¿dónde estamos ?
- En un hospital mi vida, ¿ no recuerdas nada ?

Y otra vez esa sombra que parecía observarme tras de su retina.

- No, no recuerdo nada, oscuridad y este terrible sabor a metal en la boca.

Al día siguiente me dieron el alta médica, mis padres se ocuparon de todo el papeleo, y regresamos rápidamente a casa, papá, mamá y yo.

A Carlos, la policía lo buscó infructuosamente durante días, sólo encontraron algunos jirones de su ropa ensangrentados, - el caso sigue abierto -, yo fui a declarar, pero un certificado médico, exponía que debido al ataque brutal que sufrimos, padecía amnesia postraumática y ello me impedía recordar.- lo cual es cierto -.

Cuando intento pensar en esa noche, me veo como cayendo en un pozo hondo y oscuro, y ese sabor metálico...que por increíble que parezca, de vez en cuando, en noches de luna llena, se hace presente y no consigo desprenderme de él.