Caramelos de rosa y sabor a domingo saliendo corriendo de la iglesia.
Nunca supe lo que decía aquel señor - El cura -. Yo acudía a misa por mandato divino,-el de mi madre-, y me aburría enormemente, sobre todo cuando tenía que confesarme, ¿que pecados podía tener un niño de once años?. La mayoría de las veces me los inventaba, algo tenia que decirle a aquel señor, que no hacía más que preguntar. ¿Y quien le preguntaba a él?. - Claro , que esto último, yo, no se lo preguntaba a nadie, porque intuía que la colleja sería instantánea. Que fea costumbre tenían los adultos de responder con collejas a aquellas preguntas para las que no tenían respuestas.
En realidad, yo iba a misa por las cinco pesetas que me daba mi madre, imagino que era la recompensa por estar pacientemente sentado en el banco de la iglesia, levantarme y arrodillarme sin saber por qué, simplemente porque aquel señor desde el púlpito lo mandaba. Lo mejor de todo , era cuando decía:
- Podéis ir en paz.
Entonces, intentando ocultar nuestra alegría, todos los amigos,- unos cinco o seis que nos sentábamos en las últimas filas - nos mirábamos, y a pasos cortos y nerviosos, salíamos disciplinados de la iglesia.
Una vez en la calle, la carrera hasta el kiosco de las golosinas, siempre invariablemente la bolsa de pipas y los caramelos de rosa. Después la llegada a casa y la cara de satisfacción de mi madre.
Si, aun recuerdo aquellas mañanas de domingos.
Yo, debo decir, nunca lo hice por dinero. Jamás. Yo y mis amigos íbamos allí -teníamos quince años, recuerdo- porque allí iban ellas, divinas.
ResponderEliminarYa decía yo, muy altruista por tu parte. Pena que ellos no fuesen tan divinos.
EliminarTal cual lo relatas. Yo me he ido a mi domingo de pasos cortos y nerviosos. Muy bonito
ResponderEliminarSi, y creo que más de uno. Gracias por tu visita. Un abrazo.
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