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sábado, 26 de diciembre de 2015

Mañanas de domingo

Caramelos de rosa y sabor a domingo saliendo corriendo de la iglesia.

Nunca supe lo que decía aquel señor - El cura -. Yo acudía a misa por mandato divino,-el de mi madre-, y me aburría enormemente, sobre todo cuando tenía que confesarme, ¿que pecados podía tener un niño de once años?. La mayoría de las veces me los inventaba, algo tenia que decirle a aquel señor, que no hacía más que preguntar. ¿Y quien le preguntaba a él?. - Claro , que esto último, yo, no se lo preguntaba a nadie, porque intuía que la colleja sería instantánea. Que fea costumbre tenían los adultos de responder con collejas a aquellas preguntas para las que no tenían respuestas.

En realidad, yo iba a misa por las cinco pesetas que me daba mi madre, imagino que era la recompensa por estar pacientemente sentado en el banco de la iglesia, levantarme y arrodillarme sin saber por qué, simplemente porque aquel señor desde el púlpito lo mandaba. Lo mejor de todo , era cuando decía:

- Podéis ir en paz.

Entonces, intentando ocultar nuestra alegría, todos los amigos,- unos cinco o seis que nos sentábamos en las últimas filas - nos mirábamos, y a pasos cortos y nerviosos, salíamos disciplinados de la iglesia.

Una vez en la calle, la carrera hasta el kiosco de las golosinas, siempre invariablemente la bolsa de pipas y los caramelos de rosa. Después la llegada a casa y la cara de satisfacción de mi madre.

Si, aun recuerdo aquellas mañanas de domingos.

4 comentarios:

  1. Yo, debo decir, nunca lo hice por dinero. Jamás. Yo y mis amigos íbamos allí -teníamos quince años, recuerdo- porque allí iban ellas, divinas.

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    1. Ya decía yo, muy altruista por tu parte. Pena que ellos no fuesen tan divinos.

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  2. Tal cual lo relatas. Yo me he ido a mi domingo de pasos cortos y nerviosos. Muy bonito

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    1. Si, y creo que más de uno. Gracias por tu visita. Un abrazo.

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