La extrema quietud de la plaza se vuelve inquieta sin el alboroto acostumbrado de los pájaros.
El sol parece querer engañarnos ocultándose tras las nubes, disfrazándose de atardecer.
Un nudo en el estómago advierte del peligro de tragarse las palabras, y ese pequeño duende que habita en el vértice de los ojos, se ha quedado sin fuerzas para dar rienda suelta a la marea que marca el vaivén de un corazón roto.
Hace días que el silencio impuesto por la cordura se golpea incesante contra la incomprensión, intentando encontrar respuestas.
La impotencia por no poder parar el segundero se acrecienta.
Solo hace falta un segundo para seguir viviendo,
y toda una vida con la duda de si ese segundo..., era realmente nuestro.