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sábado, 19 de marzo de 2016

Hórror vacui

Anoche sentí hambre, un hambre insaciable que invadió mi cuerpo, mi mente e incluso mi alma - suponiendo que eso exista -. Es una sensación extraña, un deseo voraz, sin límite de llenar todo el vacio que aveces siento en mi, el hórror vacui, ese que me persigue desde la niñez, esta gula ¿ será acaso pecado ?, pero que me importa, al fin y al cabo , no creo en toda esa palabrería hueca, falsa e hipócrita de la iglesia.

Mi vacío y yo, caminamos atravesando Plaza de Cataluña tras asistir a una exposición, tantas mentes eruditas a mi alrededor, tantas palabras con sentido, tanta emoción, consiguieron abrir mi puerta del deseo.

Mi soledad fue abriéndose paso entre el gentío hasta llegar al tren y subir al vagón, aquello estaba repleto de humanidad, demasiada para mi gusto, pero...que humanidad, hacinados, intentando no tocarse, con pocas probabilidades de éxito, y prácticamente todos intentando huir a su isla particular, esa que cabe en la palma de la mano,- su móvil -.

Me parapeté en una esquinita al lado de la puerta, intentando evitar así empujones y posibles pisotones sin disculpa alguna. Al menos aquel rinconcito me proporcionaba una felicidad pasajera - nunca mejor dicho - y la posibilidad de espiar discretamente a los demás.

Llegamos a Arco del triunfo, se abrieron las puertas, para desgracia de los presentes, entraron más de los que salieron, y entre esa oleada, llegó ella.

Una mujer de unos cuarenta años con aspecto latino acompañada por tres niños, primero ví a los dos mayores, el más alto traía la brisa del mar en sus ojos azules, - esa que en el vagón hacía tanta falta - el segundo chico resguardado con sus cascos escuchando música, escondía en los suyos, la miel y el frescor de los campos de trigo. No pude evitar mirarlos, y por un momento sentirme muy lejos de allí.

La mujer llevaba cogida de la mano a una niña de unos cinco o seis años, reían y hablaban de sus cosas, la pequeña levantó la cabeza hacia su madre, entonces la vi claramente, su sonrisa inocente, su menudo y frágil cuerpo lleno de vida, y en su cara dos ojos azules, inexpresivos, vacíos.

Le cedí mi rinconcito a la madre que quedó muy agradecida por poner a salvo de empujones a su tesoro, un tesoro especial, muy especial, porque toda la alegría, toda la gracia, se había hecho forma en su cuerpecito, en su pelo rizado, en su sonrisa, y por un descuido, la naturaleza se había olvidado de dar luz a esas dos estrellas que decoraban su cara.

En ese momento, todo paró ante mí durante unos segundos, todo recobró sentido, mi vacío interno se llenó con la mirada de mis hijos, con la luz de los atardeceres y las caminatas por las salas de exposiciones, con las páginas de los libros leídos y el deseo de leer otros tantos.

Absorta en estos pensamientos, llegué a mi parada, me bajé del vagón. El aire fresco de la noche, y ese suave olor a mar, me recordaron que yo, a pesar de todo...soy muy afortunada.










2 comentarios:

  1. Del horror al vacío a la conmoción del alma (sí, existe, aunque la mayoría se olviden de ella)... Y hay destellos en la vida cotidiana de su existencia que hacen que la vida merezca la pena.
    Besotes, corazón sensible.

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  2. Si, solo hay que mirar mas allá de la palma de nuestra mano, mas allá de nuestro ombligo, si, hay vida detrás de las paredes.
    Gracias por tu tiempo. Un abrazo.

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