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viernes, 19 de febrero de 2016

Ladrones

Hacía más de una hora que la señora Trini se había levantado, ya tenía puesta al fuego la olla expres con las judías pintas que tanto le gustaban, aunque después procuraba no reunirse con nadie, ya que su tránsito digestivo se empeñaba en provocar un coro nada agradable tanto para el oído como para el olfato.
Vestida con decencia cristiana, peinada y decorada con sus aretes de oro que hacía lustros no se separaban de sus colgantes orejas, animaba su cara lánguida y plisada por las arrugas ( más que una falda escocesa ), con un toque de colorete. Terminó su café con leche y se dirigió al espejo del cuarto de baño, para pintar de rojo pasión sus marchitos labios.

Miércoles, uno de Junio. Día de cobro, ella como muchos otros jubilados, tenía la costumbre de acudir el primero de cada mes al banco, retirando todo el dinero de su pensión, prefería tenerlo en casa, siempre decía que se no fiaba, no fuera a venir también a España un corralito.
Llevaba un buen rato controlando la oficina desde la ventana de su comedor, no le gustaba ir la primera, pues sabía que la caja fuerte tenía apertura retardada y, prefería esperar un tiempo prudencial en su casa, viendo el ir y venir de la gente. Cuando calculaba que ya tenían efectivo, bajaba presurosa por su dinero.

La señora Trini, a pesar de sus setenta y tres años, aún conserva una silueta esbelta, alta y de pechos generosos, sigue atrayendo las miradas de algún que otro jubilado, ansioso de hincarle el diente, pero ella, viuda desde hace mucho, respeta la memoria de su Segundo, que así se llamaba su primer y único marido, mas por no hundirse en la desolación y la tristeza, varias veces a la semana recibe la visita de su amigo Paco, - su querido - como dicen en el barrio las malas lenguas.

Ágil para su edad, y con paso firme atravesó la calle entrando en el banco.
- Buenos días.
- Buenos días, - le respondieron -, - le sorprendió las pocas personas allí reunidas, unos cuatro aproximadamente, además de los tres empleados. La atendieron la primera, el resto de los clientes esperaban para hablar con el director.
- ¿ Como siempre señora Trini ? - preguntó el cajero -.
- Si, Fermín hijo, como siempre en billetitos de mil y, me das algunos más pequeños para no tener que cambiar.
- Tenga, veinte mil pesetas, cuéntelo, aquí le dejo un sobre para que guarde los billetes.
Y en eso estaba ocupada, contando su pensión, cuando de pronto...

- ¡ Quieto todo el mundo, que no se mueva nadie, venga , todos al suelo !.

¡ Qué sobresalto ! la voz medio rota de aquel hombre, había estremecido a todos los presentes, pero al girarse, vio que en realidad eran dos encapuchados los que allí había, apuntándolos con sus pistolas.

- ! Al suelo ¡ todo el mundo al suelo, ¡ coño !

Y la señora Trini, pensó que esa frase o algo parecido ya la había escuchado con anterioridad, ¿ donde fue ? ¿ donde ?. - ¡ Ah !, si, en el congreso de los diputados, cuando el golpe de estado, claro que en aquella ocasión no eran capuchas lo que cubrían sus cabezas si no tricornios.
Con esos pensamientos estaba, cuando sintió que su vecino le presionaba suavemente el brazo, indicándole que debía estirarse en el suelo, y así lo hizo, mientras introducía el sobre con el dinero entre sus grandes senos, capaz de esconder a buen recaudo más de lo que entraba en su bolso.

Uno de los asaltantes vio su gesto desosegado, y le gritó conteniendo la risa :

- Señora, deje de esconderse el dinero entre las tetas, no venimos a robarle a usted su pensión, si no al banco, ya es hora de que seamos otros los ladrones.

El segundo encapuchado, ya había metido todo el dinero en una bolsa, y enseñando a los allí presentes las pistolas, dio claras instrucciones de que permanecieran boca abajo y en silencio un buen rato.
Salieron los dos hombres del banco, al girar la esquina se quitaron las capuchas, una calle más abajo, les esperaba el coche con el que emprenderían la huida.

- Arranca Manolo, ¡ joder !, te dijimos que no parases el motor.
- Tranquilos, esto está hecho.
( gre gre gre ), el destartalado simca mil, se negaba a arrancar, el desespero, empezaba a apoderarse de los aficionados a ladrones.
- ¡ Mierda de coche !, - rugió Amancio, propinándole una patada a una de las ruedas y gritando de dolor - . ¡ Ayy ! , ¡ mierda de artrosis !
- A quien se le ocurre, hombre, la culpa es de la batería que falla, deja de darle patadas a las ruedas.
- ¿  Se puede saber por que quitaste el contacto ?, - casi gritó Esteban,( el más joven de los tres ).
- No pasa nada chicos, es cuesta abajo, un empujoncito y arranca seguro.

Mientras Manolo permanecía sentado al volante, los otros dos hombres empezaron a empujar el coche, afortunadamente, la pendiente hizo el resto, y el viejo motor empezó a rugir.

Durante las maniobras que los tres delincuentes llevaban a cabo en mitad de la avenida, un coche policial pasó rápidamente alertando a todo el barrio con el ruido de sus sirenas, los tres hombres lo vieron alejarse en dirección al banco, era lógico que la policía no reparase en semejante reliquia y en tres ancianos que se dejaban las lumbares en el esfuerzo de ponerlo en marcha.

Mientras, en el banco el director intentaba tranquilizar a los clientes, rogándoles se quedarán hasta la llegada de la policía.
Tras más de una hora de preguntas, todos se fueron hacia sus respectivos quehaceres.
La señora Trini, cruzó la calle sin apartar las manos de su pecho, no se le fuese a escapar algo, y durante las siguientes semanas, relató una y otra vez su aventura siempre que surgía la ocasión.

En cuanto a los tres peligrosos delincuentes, cuando por fin consiguieron llegar a sus casas y contar el dinero, vieron que no era suficiente para salir de pobres, a lo sumo para cambiar la batería, hacerle una puesta a punto al viejo coche y poco más.

- Ya veréis la próxima vez, - reía Manolo, enseñando en cada risotada sus desnudas encías-, con esta batería, no tendremos problemas de arranque.
- Calla y comete la paella, al menos nos ha dado para comprar langostinos, pero...ya no habrá una más, no resulta fácil burlar a los cuidadores del geriátrico, y aún peor quitarle las pistolas de juguetes a mis nietos.
- ¡ Ja !, pero fue divertido.
- Si, eso si, fue divertido, - y rieron los tres a un tiempo-.












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