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domingo, 17 de enero de 2016

El coleccionista

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Siempre me han gustado los retos, el teatro es mi asignatura pendiente, pero creo que el mejor escenario, es la vida, y en ella procuro realizar una  actuación perfecta.

Mi familia es uno de mis tesoros mas preciados, el otro mis colecciones y mi mundo secreto, solo mio.
Invariablemente voy cargado de libros, con cara de despistado, como no reparando en nadie, pero ... hay una alumna de último curso, que ha llamado mi atención, es inteligente, mucho, tambien bonita, es en definitiva... un reto.
Tras tres meses de flirteo intelectual, he conseguido una cita con ella, - no ha resultado tan difícil - , con el paso de los años voy puliendo mi técnica, no hay duda que las nieves de mi cabello me proporcionan mayor respetabilidad, por no hablar de las decenas de libros que he publicado.

- ¡ Debe poseer entonces una extensa biblioteca !
- Si, es una de mis pertenencias mas queridas, y la tengo a buen recaudo, poseo una casita en las afueras, es un poco mi refugio, un sitio tranquilo donde poder disfrutar de la lectura sin interrupciones.
- He leido casi todos sus libros, profesor, ¿ de donde saca tiempo ?, y las temáticas, y el estilo, tan distintos, tan innovadores, estaría bien disponer de un lugar apartado donde poder crear.
- Está a tu disposición si lo deseas.

El gesto sorprendido de su cara, habló por ella, el anzuelo estaba a punto de ser mordido, y el pececito sucumbió de lleno.
El sábado a las siete de la mañana me esperaba en la plaza como habíamos acordado.

Hay esta, con su cara de felicidad, ¡ tan inocente !
Una hora y media después, aparcaba el coche en el garage de mi casa, bien situada en un estratégico paraje, sin vecinos, en un camino sin salida. El paraíso de la tranquilidad, allí se habían fraguado mis mejores creaciones, y ahora, Mariana, engrosaría mi obra.

Tras dejarla disfrutar libremente de la biblioteca, compartimos la comida con toda camaradería, el vino la ayudaba a desinhibirse, y le proporcionaba a sus mejillas un tono rosado tan suculento, que debía contener mis ansias de morderla en cada momento.
Tras el postre, ella se ofreció a hacer el café, que yo sutilmente enriquecí con somníferos, ya en la sobremesa, le costaba mantener los ojos abiertos, y yo todo un caballero, la acomodé en su habitación, amplia, sin ventanas, con un buen escritorio y todo lo necesario para que ella, igual que los otros cinco huéspedes de la casa, tuviera lo necesario para escribir, para seguir con mis creaciones, y nutriendo mi fama.

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